08/03/2022
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Lavanderas del Manzanares
Durante buena parte de la historia de Madrid, el río Manzanares ofreció la imagen insólita de un «fantasmagórico campamento blanco», compuesto por cientos de lavanderas, de mástiles y de tendederos con colada tendida, formando el típico paisaje “pintoresco” que buscaban los románticos en el siglo XIX. Con la llegada de la fotografía, esta imagen fue recogida por multitud de fotógrafos, desde los pioneros como Laurent a otros posteriores como Wunderlich, Passaporte, Conde de Polentinos o Narciso Clavería, autores todos ellos presentes en las colecciones de la Fototeca del IPCE.
Aunque la actividad de las lavanderas formaba parte de los quehaceres diarios de las mujeres, en las ciudades existían lavanderas profesionales que trabajaban para las familias de la clase media o alta, particularmente creciente a partir del segundo tercio del siglo XIX. De este modo, las lavanderas, se convirtieron en uno de los primeros colectivos de mujeres que ingresaron en el mundo del trabajo remunerado.
En la capital este fenómeno fue verdaderamente peculiar, ya que toda la actividad se concentró en un solo lugar abierto, el Río Manzanares. La mayoría de los lavaderos se encontraban entre los puentes de Segovia y de Toledo, y en torno al actual puente de la Reina Victoria. Y es que el río Manzanares, con sus extensos arenales, abundancia de isletas tapizadas de hierba y aguas poco profundas, era óptimo para esta tarea, llegándose a contabilizar a mediados del siglo XIX hasta 7 000 bancas.
Este trabajo estaba considerado como uno de los más duros y penosos. A su miserable remuneración, se le sumaba la exposición a la constante humedad por lo que era frecuente que las lavanderas padecieran enfermedades reumáticas o respiratorias (neumonías y bronquitis en época no existían aún los antibióticos), además de enfermedades contagiosas procedentes de la misma ropa que lavaban. A la penosidad de este trabajo se unía el desprestigio y marginación social del gremio de las lavanderas.
Dentro de toda esta penuria, los lavaderos pasaron de ser un lugar de reunión de mujeres trabajadoras donde pudieron afianzar vínculos de solidaridad y compañerismo para, tras su desaparición, convertirse en un asunto privado y solitario cuando el lavado se realizó en las casas.
La actividad de las lavanderas se vio casi paralizada hacia 1926 -y definitivamente con la Guerra Civil- cuando fue canalizado el río Manzanares, y finalmente con la comercialización masiva de las lavadoras automáticas, lo que supuso la desaparición de las lavanderas como profesionales para convertirse en un servicio más asignado de las “amas de casa”.